¿Campeones
nacionales? ¿campeones europeos?... no, simplemente más
competencia.
Juan Mascareñas
Pérez-Iñigo
El País 18-febrero-2006
Existe un consenso general en que
el motivo último de toda fusión, adquisición o
reestructuración empresarial
debe ser la creación de valor. Y para que éste
último pueda darse, la nueva
compañía debe satisfacer las necesidades de sus clientes
de una forma más
eficiente que aquella en la que lo hacían las empresas
intervinientes antes de
la operación. Si esto se produce la nueva empresa
generará una mayor liquidez
que antes lo que redundará en un mayor valor de mercado.
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El lector detectará que hay una
excepción importante a lo dicho: la existencia de monopolios.
Éstos también
pueden crear valor pero ello no implica que satisfagan mejor las
necesidades de
sus clientes (sí deberían hacerlo en pura teoría,
tal y como defendía
Schumpeter, pero en la práctica esto no es así y por ello
existen las leyes
antimonopolio y las instituciones encargadas de velar por su
cumplimiento). Por
ello en la economía de mercado los monopolios, o las empresas
que dominan
ampliamente un sector, son la excepción y no la regla; esto es
así porque se ha
demostrado hasta la saciedad que la competencia es buena para los
clientes,
para la mejor asignación de recursos, para la creación de
riqueza y, por tanto,
para la sociedad en general. La Comisión Europea,
al menos a través de los
comentarios realizados por los Comisarios de Competencia la
señora Neelie Kroes
y de Energía Andris Piebalgs, así lo piensa
también y por ello dicha Comisión
es contraria a todas aquellas agrupaciones empresariales que den lugar
a
compañías que pongan en peligro dicha competencia.
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En concreto, la
Comisión se opone a los
denominados “campeones nacionales” y anima a la formación de los
denominados
“campeones europeos”. Esta toma de postura parece lógica desde
una visión europeísta
puesto que implica que los campeones nacionales, es decir grandes
compañías que
gozan de un gran poder de mercado “protegido” en su sector dentro de un
Estado
miembro en concreto, dañan la libre competencia dentro de la Unión Europea
perjudicando a
otras empresas radicadas en los otros Estados que no pueden entrar a
competir
en igualdad de oportunidades en aquél. Esta falta de
competencia, no lo
olvidemos, acaba repercutiendo en un peor servicio (menos eficiente y
más caro)
a los clientes, es decir, a los ciudadanos. En una Europa unida en la
que se
tiende a tener una única moneda y con cada vez más cosas
en común, tener unos
reinos de Taifas económico-empresariales no parece
lógico. Incluso, yendo más
allá, por las mismas razones tampoco se debería
incentivar la creación de campeones
europeos aunque posiblemente su poder de mercado sea inferior en
relación al de
los nacionales. En palabras de Martin Hellwig, ex-presidente y miembro
de la Comisión
de Monopolio
alemana, “son las compañías y no las economías las
que deben competir
internacionalmente”.
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En este sentido la legislación de la UE da a los ciudadanos
europeos,
a partir de julio de 2007, el derecho a elegir su
compañía suministradora de
energía (gas y electricidad, en concreto). Por cierto, que los
españoles ya
gozamos de dicho derecho. Dado que todas las compañías
compartirán los mismos
sistemas de transporte de energía, ellas deberán competir
entre sí por ser
elegidas por los usuarios. Ello debería redundar en unos mejores
precios y en
una mejor asignación de recursos siempre, claro está, que
la Comisión
Europea
acierte a diseñar las adecuadas reglas de juego de dicho mercado.
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Una razón importante que puede
justificar la existencia de campeones nacionales es la de que nuestros
competidores directos también los tienen y, por tanto, su
existencia es un
mecanismo de defensa. Pero si esto es así, se hace
difícil explicar a los
ciudadanos que Europa se mueve hacia una Unión Económica:
todos decimos que la
solución es “más Europa” pero no nos fiamos unos de
otros; curiosa
contradicción. Pero aunque esto fuese cierto (y algo hay de
ello) no olvidemos
que estos “campeones” son, al fin y a la postre, empresas cuyos
accionistas no
son diferentes del resto de los accionistas de otras
compañías por lo que
buscan la mayor rentabilidad posible para el riesgo que asumen (lo del
orgullo
nacional aquí no tiene valor económico); muchos de los
inversores que detentan una
parte importante del capital –los inversores institucionales- ni
siquiera
sabrían situar en un mapa dónde está el
país en el que está radicada. Por
tanto, para que estas empresas sean tan rentables como otras similares
de
ámbito más global deberán tener ayuda de sus
gobiernos vía subvenciones,
fijación de precios, barreras de entrada, etcétera, lo
que será fantástico para
sus accionistas, pero y ¿para sus clientes?, ¿no
tendrán estos que pagar un
precio mayor por los productos o servicios proporcionados por
aquéllas?,
¿radicará en los bolsillos de estos ciudadanos, que
tienen difícil el dejar de
ser clientes de este “campeón” y pasarse a serlo de una empresa
competidora con
precios inferiores, la defensa del denominado “interés
nacional”?.
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Luego está la cuestión de quién
decide en qué sector va a existir un “campeón nacional”.
Es decir, ¿por qué en
este sector sí y en ese otro no?. Por mucho que algunos se
empeñen, y a pesar
de sus imperfecciones, el mercado es el mejor mecanismo de
elección de que
disponemos. El mercado decidirá dónde es mejor disponer
de grandes empresas
(con las limitaciones impuestas por las instituciones defensoras de la
competencia) y dónde no es interesante. Además, cuando
los gobiernos de los
Estados deciden apostar por un campeón nacional en un sector que
ellos
consideran adecuado, estratégico, etcétera, impulsando su
competitividad están
perjudicando simultáneamente la competitividad de otros sectores
del país. Para
poder convencer a los socios internacionales de la utilidad de la
creación de
un campeón nacional, que va a limitar la competencia en un
sector determinado,
se deberá sacrificar a otro u otros sectores en el que se
permita la entrada de
las compañías de otros países, el resultado es un
tratamiento desigual a los
accionistas, empleados y clientes de los diversos sectores; dejo al
lector que
piense cuáles salen perjudicados y cuáles beneficiados.
Así que la “creación de
un campeón nacional” implica que, por lo general, haya que
destruir a otro o impedir
la creación de aquellos a los que el mercado apoyaría.
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Recordemos que hasta los años 90
del siglo pasado en Europa teníamos “campeones nacionales” que
operaban en
régimen de monopolio o cuasi-monopolio y que en esa
década se les permitió
entrar en competencia directa con sus homólogos de otros
países, la lección fue
dura (incluso estando protegidas por “acciones de oro”) pero muchas de
esas
grandes empresas hoy son verdaderas transnacionales europeas que
compiten en
los mercados internacionales y se gestionan de forma mucho más
eficiente de
cómo lo eran en las décadas pasadas. ¿Acaso, se
pretende rebobinar la
película?.
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En conclusión, un campeón nacional
no deja de ser una forma moderna de proteccionismo, ¿pero no
habíamos quedado en
que el proteccionismo era perjudicial para la economía nacional
y por ende para
los ciudadanos y que por ello se persiguió, no sólo la
creación de la Unión Económica y
Monetaria Europea, sino de otras zonas de librecambio, y de acuerdos
internacionales de libre comercio entre dichas zonas
económicas?. No creo que
ningún ciudadano europeo desee renunciar al “poder” de elegir.